domingo, 10 de abril de 2011

Las desventuras de Paquito España (Volumen XIX)

Era frío y era noche, pero Paquito España mantenía el cuerpo en un sosegado equilibrio térmico. Ayudaban, claro, tanto el alcohol como la orografía, en escalada continúa desde las Vistillas hasta su pequeño cubículo residencial de la Gran Vía. Subía Paquito como solía hacerlo: ágil, dando independencia y sentido a sus piernas; destripando anécdotas, comportamientos y discusiones, sentando una cátedra de conclusiones que olvidaría algunas horas después. Abstraído y obcecado, no acostumbraba a interactuar con el mundo, aunque ese día decidió tomar la vereda de las excepciones. Al bueno de Paquito no le invitaba el sueño, y sí la vena juguetona. Al pasar por la Plaza del Carmen se espantó al verla empapelada de carteles en contra de la eutanasia, con motivo de una manifestación para el día siguiente, donde más de dos millones de simpatizantes de la vida había rebatirían furiosamente un globo sonda lanzado por el gobierno. No había ley ni proyecto de ella, sólo la típica filtración vía El País y la cadena Ser, para tantear sentimientos y predisposiciones, circunstancia previa obligatoria antes de cualquier debate parlamentario. Esgrimiendo que la vida está por encima de todas las cosas, incluso de los propios hombres, adictos y acólitos de la derecha coparían con su familiar riachuelo la común conexión peatonal entre Cibeles y la Plaza de España. Desde luego, con la fe que se hacen estas cosas: como un adalid de la razón. Paquito se encontraba en la otra cornisa, la extremadamente contraria, y no dudaba de que detrás de sus pomposas frases de campaña sólo escondían otro intento de salvaguardar su caduca moral, ceñida a los valores absolutos. Él creía que la vida sólo pertenecía al hombre, y sólo él debía tener derecho a disponer de ella. Subyugarla a valores políticos o religiosos era maniatarla a la subjetividad, cuando no hay nada más objetivo que sentirse vivo, que manejar los devaneos de tu conciencia. Para Paquito, obligarte a vivir, no suponía más que otra libre interpretación de la cadena perpetua.

Se dispuso pues, a desafiar a su fuerza y a su propio equilibrio, arrancando cartelones mientras su corazón se aceleraba, consecuencia repartida a partes iguales entre el morbo vandálico y su deplorable estado físico. Los dos primeros los eliminó de manera cautelosa, fijando constantemente la vista a ambos lados, no fuera a ser aquello un acto ilegal con la típica consecuencia administrativa: Y, para no variar, no andaba su economía como para estar malgastando euros. Con la tercera se relajó, empezando a ver lo divertido del asunto: por alguna razón tuvo la certeza que en los sueños de aquella noche le tocaría escapar de un ejército de viejas furiosas, clones con el mismo visón y el mismo bote de laca por cabeza. Con la cuarta notó un tirón en la espalda, lo que le llevó de vuelta a la tierra. Paquito se echó la mano a los lumbares, dejando caer un rocoso suspiro, propio de edades cansadas pero que Paquito sonorizaba desde que tenía quince años. A su marcha, ya con el silencio, fue cuando notó la siguiente punción, está vez unos centímetros más arriba. Paquito se quedó helado, maniatado por la gravedad, por la naturaleza de su origen: aquel dolor no venía de dentro.

-Vamos Primo… tira pal cajero y pórtate bien… y aquí no va a pasar nada…

La voz, con cierto arrastre a yonqui, se podía calificar como de quinqui de barrio en su formato estándar. El hombre, que no dejó a Paquito voltearse, señaló una Caixa que se encontraba a escasos metros. Paquito, que era del Santander, valoró sugerirle al atracador un cambio de sucursal, ya que uno de sus principios básicos vitales era “nunca dar un céntimo de más a un banco”, por muy cómodo que fuera. Ya de camino declinó hacerlo: al fin y al cabo llevar aquel trámite con celeridad bien valía una comisión. Paquito estaba asustado, pero lo estaba mucho menos de lo que él mismo hubiera podido visualizar previamente. Nunca le habían atracado y ya eran muchos los años de vagar nocturno por las callejuelas del centro histórico. Se podía decir que se mantenía en un nervioso estado de alerta, pero en cierta forma lo hacía resignado: hay estadísticas para todo, y a cada uno le toca cubrir alguna.

-Solo puedo sacar trescientos…
-Vale con cien. Bueno… ciento cincuenta. Venga, dale.

Paquito, lamentando su incapacidad para la negociación, marcó los movimientos metódicamente. Amigo íntimo de la torpeza, hizo honor a su leyenda por lo que todos los billetes acabaron derramados por el suelo. La consecuencia de esto fue un mecagoendios polifónico, a lo que reaccionó Paquito echando la rodilla en tierra para restituírselos a su nuevo dueño en un tiempo digno de avatares olímpicos. Fue allí, en contrapicado, donde aquella voz de navaja en mano, tomó forma y rostro. Moreno de rasgos marcados, parecía algo mayor que Paquito. Era una cara familiar, pero es que hay muchos físicos reconocibles y a veces el inconsciente nos va llevando al estereotipo. Y este lo era con creces: camiseta de los Ramones, pelo largo pero poco abundante, barba de quince días, una cuenca ojerosa de millones de años. Al final del proceso Paquito llegó a la conclusión, aunque para ello tuviera que volver al principio. Su cara le resultaba familiar porque podía ponerle nombre: Ernesto Rubiales Robles.

Las vidas Paquito España y Ernesto Rubiales se cruzaron por primera vez a la tierna edad de nueve años, en los pequeños universos de aula y colegio. Sus caminos, en esa pirámide social que son los centros educativos, partían de la misma base, aunque ya entonces sus direcciones marchaban por realidades bien distintas. Paquito, con conflictos internos impropios para su edad se refugiaba hacia adentro, en viñetas garabateadas y pequeños relatos, en esos mundos mágicos de amores e historias complejas que tanto dejan en evidencia al nuestro. Era, digamos, un niño raro, impopular, de esos a los que no da reparo ni mala conciencia pegarle una colleja de vez en cuando. Ernesto representaba todo lo contrario: el éxito. Guapete, extrovertido, con el don más valorable que un hombre puede tener en esos tiempos: aptitudes para el fútbol. La infancia es tan caprichosa que no te sesga por tus capacidades, ni si quiera por tu dinero, todo lo marca una elección: la rapidez con la que te escojan en aquellas filas del principio del recreo. Ambos compartían clase y poco más, al menos hasta décimo curso, donde el azar le impulsó a ser compañeros de prácticas en la asignatura de Químicas, materia, por otra parte, en la que compartían el mismo nivel de interés e ignorancia. A ninguno le hizo gracia caer junto al otro, pero al final el roce le llevo a Paquito a discernir la evidencia: nunca hay dar nada por sentado sin haberle dado el beneficio de la oportunidad.

-¿Nestor?
-No me jodas… ¡¡Francisco Álvarez España!! Ostia puta… (Y Ernesto empezó a descojonarse) Como la canción del Sabina pero en cutre…

Aunque el tiempo se cuantifique con valores tangibles es bien sabida su relatividad, al ser el hombre limitado y subjetivo. Para Néstor, hacía casi quince años desde la última vez que vio a Paquito, muy poco antes de que se mudara a la okupa de Embajadores. Su charla fue cordial y su abrazo sentido, deseándose ambos mucha suerte en sus respectivas búsquedas. De la de Paquito ya sabemos un poco, hablemos pues de cómo fue latiendo la estrella de Ernesto Rubiales Robles.

Durante muchos años, Néstor llevó una vida de famoso sin serlo. Capitán en todas las categorías inferiores del Real Madrid desde su ingreso en juveniles sufría el halago como algo natural, propio de su estirpe guerrera, de sus exhibiciones en el circo. Él lo llevaba con tranquilidad, relamiendo su momento, con la rueda de cara, con una suma constante de récords a todos los niveles, con portadas en la prensa y regalos millonarios exentos de declarar. En apariencia con todo, en realidad con fisuras: las nubes saben bien pero carecen del don de la perspectiva.

Dos días después del abrazo con Paquito, Néstor tomó rumbo a la capital Condal. El F.C. Barcelona pagó su cláusula de rescisión una semana después de que firmara su primer contrato como profesional, ascendiendo el traspaso a 30 millones de euros. Golpe mediático del nuevo presidente blaugrana que quitaba a su eterno rival su mayor baza de futuro. Néstor dio el paso divertido, sabiendo que engrandecía la incipiente leyenda: para vivir en la conciencia colectiva hay que cultivar lo extremo, y lo mismo da el amor o el odio. Se sabía traidor pero no se sentía tal cosa, y es que en su casa lo más sagrado después del Rayito, era el Atleti.

Siguió Néstor su ascenso fulgurante, dejando tras de sí una buena ristra de goles en sus dos primeras temporadas, llegando a debutar incluso con el combinado nacional. Se culminaba su meticuloso proyecto de vida, encauzado al éxito desde sus inicios. Se preparó y se sacrificó como ningún otro, aunque se embelesó de él de la forma más prosaica posible. En su defensa decir que hay que casos donde la evidencia no lo quita un ápice de coherencia al error. Dinero, mujeres, fama, proyección, vida de día que se multiplica de noche, necesidades, vicios, principios e incertidumbres de un ser superior.

Ser un dios debe ser difícil, más aún si sólo eres un triste humano. Néstor fue cayendo poco a poco, primero en sus goles, luego en sus minutos, en sus citas con la prensa. Y luego llegó la rodilla, que una mala tarde decidió partirse para no volver jamás. Con veinticinco años dejó el fútbol, con veintisiete decapitó todas sus ganancias, y con treinta volvió a ser portada en los informativos de Antena 3: era el presunto cabecilla de una banda especializada en butrones.

-Joder… manda cojones… toma anda… que ya me busco a otro…

Néstor devolvió su dinero a Paquito, que lo recogió con una sonrisilla temblorona, a la vez que elevaba al ronco cantautor de Úbeda al status de deidad menor. Lo que vino inmediatamente después, el resorte de respuesta, sólo se puede explicar bajo los influjos de las bebidas espirituosas, especialistas en expandir el alma a niveles de empatía propio de las especies más nobles, como las pasionarias o los perros.

-No sé, si quieres te invito a unas birras… Hay un bareto un par de calles más arriba que…
-¿No tendrás un canutillo?

Y en efecto lo tenía. Paquito España había dejado de fumar con regularidad desde hacía ya bastante tiempo, había abusado tanto del cannabis que sus efectos ya sólo le empujaban hacia la depresión y estatismo vital, y a las noches plomizas que no gozan ni de un solo sueño. Aún así, seguía filtreando con ello de vez en cuando: le permitía atrapar esa perspectiva canalla que la vida no te deja coger. Aquella noche Venancio Urrutia, que además de actor de método era un habilidoso cultivador de marihuana, le había regalado algunas de muestras de su nueva cosecha.

Así, los dos antiguos compañeros de aula, fueron en busca de un lugar tranquilo donde sentarse. De camino, como no, se encontraron con nuestros amigos nocturnos de oriente, que matizaron la reunión como sólo ellos saben hacerlo… Ya saben, las noches de Madrid suenan a cerveza a un euro.

Se fueron poniendo el uno al otro al día, con medias verdades y falsas mentiras, al fin y al cabo la fantasía es el mayor activo de esas ambiguas horas. Y como era lógico y normal, y ya en el alumbramiento del segundo duende verde, los derroteros fueron echándose hasta llegar al espacio común: el fracaso.

-Supongo que debe ser complicado, tan joven, con el mundo a tus pies… y de repente… a tomar por culo todo…
-Estás tan arriba que no puedes ver… y no puedes ver porque lo tienes todo. Ahí. Delante tuyo. Lo que jodidamente se te pase por la cabeza… ¿Sabes cuantas tías me he follado?
-Más que yo seguro…
-Mil cuatrocientas noventa y dos.
-¿Eso es físicamente posible?
- He tenido tres Ferraris, dos barcos, un mono vietnamita que bailaba claqué… Todas mis neuras al alcance de una llamada de teléfono.
-La vida que tomamos es la que va condicionando nuestras necesidades… Al menos pudiste disfrutar de ello… ya es más de lo que puede decir la mayoría…
-En mi caso los recuerdos producen más dolor que nostalgia…
-Más triste es lo mío, a veces, a falta de buenos recuerdos, me los invento. A veces imagino cosas, las proyecto, las vivo intensamente en la cabeza… cosas que nunca ocurrieron. Y luego las recuerdo… es extraño, pero esos recuerdos tienen más autenticidad que la mayoría de mis vivencias…
-Joder, en este puto mundo estamos todos como cabras…
-¿Y qué es así lo más heavy que has hecho?
-Una orgía con todo el equipo de informativos de La Sexta de la época…
-¡¿No jodas?!
-Brutal. Todo ser humano tendría que tener derecho vivir esa experiencia al menos una vez en la vida. Por ley. Después de eso, todo lo demás te parece insulso.

Néstor y Paquito continuaron riendo un rato más, de los tiempos pretéritos y de los presentes, de cómo la vida te va conformando un carácter a fuego y ostias, a pequeñas dosis de hiel, al agravio de la realidad comparativa. Paquito y su incontinencia cerebral dieron el paso final al cambio de tono, al desnudo de lo verdaderamente importante.

-Y nos has pensado en… no sé… en otra forma menos ilegítima de conseguir ingresos…
-¿Un curro? Paso. El trabajo es una mierda.
-Supongo que es un mal necesario…
-El trabajo es intrínsecamente malo. Es tan horrible que hasta te pagan por hacerlo… Es la única forma de conseguir su sucio dinero…

Aquella frase elevó a Néstor a un plano superior, por lo menos frente a los culturetas ojos de Paquito España. No sólo porque hubiera utilizado la palabra “intrínsecamente” en un contexto válido, sino por esa demencia orquestada a la razón, por esa locura que de tan loca se hace magnéticamente inevitable.

-Lo que tampoco hace me guste andar atracando a la peña pero… ¿Hay que sacarle partido al barrio, no?
-¡Eso siempre!
-Además, ibas a ser mi última víctima…
-Qué honor…
-Sí. Un último palo para una última gran noche… Montecristo, Chardonnay, Marqués de Villamagna y un pollo asado de tres kilos para intentar honrar a mi madre…
-Curiosa combinación.
-Mira que he comido mierdas, pero nada como el puto pollo asado que hacía mi madre…
-¿Y luego?
-Un último viaje con el mejor corcel de toda la ciudad.

Lo dijo así, jugando, como si fuera otro paseo más, la cosa más insustancial del mundo.

-¿Has probado alguna vez el caballo?
-No. Y no soy precisamente una monja…
-No lo hagas nunca. Es tan jodidamente bueno que el resto de cosas dejan de tener sentido…
-Tal vez necesites ayuda.
-Todos necesitamos ayuda… No me pico desde hace más de dos años… Ya te lo dije: sólo quiero un último viaje.
-Mira, unos amigos míos están montando una función de teatro… comparten espacio con otra gente y necesitan a alguien que les ayude con la escenografía… no pagan mucho pero…
-Para considerarte escritor no eres un tío muy inteligente… Te he dicho que no quiero un puto trabajo. Sólo un último homenaje. Me voy. Se acabó el juego.
-El juego da muchísimo más de sí… no sé, yo al menos aguantaría hasta llegar a las mil quinientas… seguro que te dan un premio o algo…
-No creas, hay demasiado degenerado suelto…Y al final las mujeres sólo valen si las quieres y a mí hace tiempo que se me fueron las ganas de querer a nadie...
-Eso es hasta que…
-Venga Paco… que se está dando muy bien la noche…
-No sé…
-Simplemente quiero terminarlo. Y quiero terminarlo yo. Como no tengo dinero, lo robo. Me da igual. Es parte de la decisión… y en esa decisión ya no hay consecuencias. Libertad en estado puro.
-Y sin posibilidad de arrepentirse.
-Sólo te arrepientes de las decisiones que no pensado antes lo suficiente.
-¿Te arrepientes de vivir?
-Empiezo a arrepentirme de no haberte robado…
-Sólo intento ayudarte…
-Sin ponerte en mi lugar. Es mi decisión porque son mis circunstancias. Y esas solo las conozco yo. Al menos de verdad, por dentro. El resto son especulaciones, teorías, el mismo cuento de siempre: lo que debes ser. Y nunca es lo que debes ser, es lo que eres tú… Porque en el momento que dejas de fiarte de ti, en el momento que dejas de ser tú… ahí estás muerto… viviendo, sí, tal vez de manera muy exitosa, tal vez siendo el puto amo del cotarro… pero en manos de ellos, de lo que debes ser… ¿Y sabes lo que debes ser? Un puto medio… eres un puto medio para que sigan fluyendo sus fines… con tu trabajo, con tu dinero, como debe ser…
-Si toda la gente inconformista se hubiese suicidado nos hubiéramos quedado sin revoluciones…
-Sigues sin entenderlo… porque en tu mente no puedes concebir una decisión así… La cosa no va de revoluciones, sino de tolerancia.

Paquito bajó la cabeza unos segundos, lo que tardó Néstor en señalarle un cartel de la familiar manifestación del día siguiente.

-Deberías acostarte pronto, sino vas a ir con resaca…

Paquito, sin hablar, lo dijo todo.

-Ah, claro, los que están parapléjicos si tienen derecho a morirse ¿no?

Con la puntilla, a Paquito se le quebró el debate. Se veía venir: estaba excesivamente callado. También le barrió la marea verde, que cayó sobre sus sienes como un mantón plomizo. De una forma sutil, como si un suspiro quebrara de soslayo su pilar maestro, volvió a venirse abajo, a sentirse un enano en un mundo multiplicado por sus formas. Aguantó un poco el silencio, sin reflexión alguna. Luego le tendió los ciento cincuenta euros.

-No robes a nadie. Es mejor que tu viaje sea el regalo de un amigo.

Néstor cogió el dinero y regaló un largo abrazo a Paquito España. Poco más se dijeron, habían llegado al dichoso punto donde sobran las palabras. Continúo Paquito su travesía dando tumbos, con la nebulosa floreciendo en galaxias concéntricas, en agujeros negros. Con un mareo que se incrementó al entrar por casa, que le obligó a salir a la azotea a respirar, a buscar consuelo en el aire.

Ya sea por atracción o por instinto, Paquito comenzó a acercarse despacio hacia la cornisa, en un viaje que se contemplaba a dos en planos complementarios. El primero meramente físico, banal, hacia la calle y el vértigo. El otro, el espiritual, representaba el vértigo mismo: aquella calle era un espejo, cóncavo y reflejo de la erosión del tiempo, de la nitidez de sus ojeras. Y era aún más allá, era por dentro, de él y de todos, de inicios, caminos y absurdas metas: lo frágil de ir viviendo entre sueños es que se rompen cada vez que despiertas. La tinta temblorosa. Línea a línea de su obra, portazos de quizás, a rozar de nuevo las olas, a las mentiras, al instinto, al prozac en la memoria, a tener que vivir dos vidas: una tuya y otra como la de los demás. Al desierto rodeado de gente, de no saber nunca nada. De sentirse atado a sí mismo, de gritar y no parar de tener miedo, de ser un eco prescindible, sombrío y solo.

Paquito mantenía firme la mirada al vacío, por primera vez en la vida no tenía miedo. Dio un paso más y subió sus pies a la cornisa, haciéndose dueño de sí mismo. La brisa era suficiente para sujetarse, lo que le convertía en un sujeto activo y libre. De repente sonrió, dejó caer un par de lágrimas, se pregunto a sí mismo. Recordó momentos, lugares, se paró mil y un segundos en cada persona. Reflexionó sin pensar, se juró valiente y ciego. Sintió a flor porque ya no le quedaba otra cosa más que sentir, cada detalle, cada poro sutil, cada molécula febril, cada paso a delante. Se apagó el sonido, y con él el murmullo que azotaba su mente, el bullicio de la legislación constante, la dulce caricia del silencio. Hasta que sólo fue él y el vacío, inundado de unos ojos… Paquito dio su alma por cerrada y se dejó llevar…



Cuando Paquito España abrió los ojos fue cegado por una inmensa luz blanca, seguida de un desconcertante murmullo. Paquito juntó rápidamente las pestañas, intentando ganar tiempo para analizar su nueva situación. Teniendo en cuenta las circunstancias previas, sin duda debía estar muerto. La luz cegadora y el murmullo confirmaban lo que debía de ser algún tipo de juicio final. Paquito estremeció, volvió a lamer el miedo: a ver como justificaba delante de esos señores toda una vida dedicada al ateísmo. Intentó repetirse el Padrenuestro en su memoria, pero era incapaz de pasar del tercer verso. Al final decidió lanzarse y abrir los ojos: al fin y al cabo dentro del mundo conocido, tampoco podía considerarse una mala persona.

El efecto se repitió al segundo intento, pero esta vez Paquito aguanto la mirada, hasta que el fogonazo fue desvaneciéndose. Y lo que fue quedando poco tenía de divino y mucho de humano: Paquito España se encontraba espatarrado boca arriba sobre la azotea de su casa. Los nuevos datos revelaron una nueva hipótesis: Paquito se quedó dormido y calló para atrás. El chichón que tenía en la cabeza, esta vez sí, de connotaciones bíblicas, dieron el caso por cerrado: no era más que otro domingo arrastrado a la resaca. Los murmullos los descubrió al incorporarse y buscar con la vista una pequeña fuga de su calle con la Gran Vía: los manifestantes avanzaban felices, cantores y reivindicativos.

Tuvieron, claro, su portada de gloria en la cabecera de los informativos. Como veinticuatro horas después la tuvo Ernesto Rubiales Robles, su ya difunto amigo. Destacaron lo del vino y el cava, les pareció divertido. Y aseguraron que su muerte fue motivo de un mal cálculo, de la más aberrante ausencia de reflexión. Paquito cambió a La 2 tranquilo, ya no se enfadaba por esas cosas, como mucho se compadecía un poco de los comunicadores. Al fin y al cabo, y como rezaba un graffiti de la vieja Vallekas: Es fácil hablar de lo que uno no sabe, lo difícil es acertar con el juicio.

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