martes, 12 de mayo de 2009

Pies de Foto: DUBROVNIK

Dubrovnik, acostado al sur de la estirada Croacia, es conocida como la perla del Adriático. Es tranquila y bella, como un perfume de frasco pequeño. Guardada con celo, sus murallas cortan con el mar y sus montañas, repletas de olvidadas minas, hacen lo propio con sus vecinos bosnios. Sus playas no son tales porque carecen del don de la arena: todo allí es imperecedero y atemporal, subyace de la férrea piedra. Va con su carácter rocoso, acostumbrado al constante bombardeo de lágrimas. Pero no se preocupen, nadie allí habla ya de la guerra. Sufriendo, lo han coseguido: Estos nietos de Tito ya caminan en paz, lucen contentos sus banderas, sirven sonrisas de otoño en un clima primavera.


La inocencia deja de ser tal cuando la visten. Por eso este niño es puro y por eso su mirada busca el mar. No le molesta el aire, ni el sol, ni mucho menos las piedras: allí están las atentas piernas de su madre para prevenir tormentas y temores; produciendo sus quimeras. Su ojos desafían al infinito porque pueden hacerlo: con tan poco pasado, solo te queda aferrarte a los devenires futuros. Y ya sean blancos o negros, son exclusivamente suyos, a dividendos partidos con la fortuna y las circustancias. Pero hoy no es mañana y en esa arisca cala nada importa. Todo es tan grande y tan raro, y tan extraño y lejano; que lo más cabal es refugiarse en mundos de castillos, princesas y sueñecillos abstractos.

Tanto en la vida como en el cine, todo se juega en los primeros planos. Ahí no valen excusas, ni faltas de talento: debes darlo todo, sentir la situación y hacerla tuya, juguetar con la cámara, tirarle una sonrisa, aguantarla un segundo más. Debes ser tú mismo, pero también una proyección de lo que quieren que seas. Debes confundir con la mirada travestida de portagonista y comparsa, ser el aguador de las palabras que lleve, por las arrugas de su cara, desde la cuna del paraíso hasta la cepa amarga. Los primeros planos no engañan... Como no lo hace esta ninfa maña, que aún muy lejos de sus bosques, nos escupe un raudal de magia.


En las sociedades modernas, mata más el stress que las bombas. Y lo hace de una forma sostenida e indiscriminada: te va limando, de dentro a fuera, muy despacio; para que lo veas, para que lo sientas, y purgues hasta el último gramo de tus venas en la búsqueda de un digno final. Aquí eso no ocurre, todavía manda la caliza y la piedra, . No es que trabajen despacio, es que todavía no han enconrado el sentido a hacerlo más deprisa. Por eso, y aunque tu patriótica camioneta parezca que no puede andar no se detendrá nunca. O lo hará constantemente. Siempre que algún viejo amigo quiera partirse un minuto contingo : divino don este de conversar.

Si los perros son la fidelidad, la desconfianza es de los gatos. Su idiosincrasia es la individualidad, por lo que no toman la sumisión de buen grado. Aún domesticados, no sólo mantienen su independencia, llegan al enfrentamiento si es necesario. Con sus uñas y sus dientes y unas serías discrepancias sobre el humano concepto de la propiedad. Si Dubrovnik es de alguien, sin duda es de ellos, de los gatos. O al menos suya es la noche, donde campan a sus anchas por las viejas calles, juegueteando a brigada de asalto en pequeña villa marcial. Por el día, mientras no los toques, solos bostezan y callan. Para deleite de fotógrafos e intrepidos viajeros de tierras lejanas.

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