La inocencia deja de ser tal cuando la visten. Por eso este niño es puro y por eso su mirada busca el mar. No le molesta el aire, ni el sol, ni mucho menos las piedras: allí están las atentas piernas de su madre para prevenir tormentas y temores; produciendo sus quimeras. Su ojos desafían al infinito porque pueden hacerlo: con tan poco pasado, solo te queda aferrarte a los devenires futuros. Y ya sean blancos o negros, son exclusivamente suyos, a dividendos partidos con la fortuna y las circustancias. Pero hoy no es mañana y en esa arisca cala nada importa. Todo es tan grande y tan raro, y tan extraño y lejano; que lo más cabal es refugiarse en mundos de castillos, princesas y sueñecillos abstractos.
En las sociedades modernas, mata más el stress que las bombas. Y lo hace de una forma sostenida e indiscriminada: te va limando, de dentro a fuera, muy despacio; para que lo veas, para que lo sientas, y purgues hasta el último gramo de tus venas en la búsqueda de un digno final. Aquí eso no ocurre, todavía manda la caliza y la piedra, . No es que trabajen despacio, es que todavía no han enconrado el sentido a hacerlo más deprisa. Por eso, y aunque tu patriótica camioneta parezca que no puede andar no se detendrá nunca. O lo hará constantemente. Siempre que algún viejo amigo quiera partirse un minuto contingo : divino don este de conversar.
Si los perros son la fidelidad, la desconfianza es de los gatos. Su idiosincrasia es la individualidad, por lo que no toman la sumisión de buen grado. Aún domesticados, no sólo mantienen su independencia, llegan al enfrentamiento si es necesario. Con sus uñas y sus dientes y unas serías discrepancias sobre el humano concepto de la propiedad. Si Dubrovnik es de alguien, sin duda es de ellos, de los gatos. O al menos suya es la noche, donde campan a sus anchas por las viejas calles, juegueteando a brigada de asalto en pequeña villa marcial. Por el día, mientras no los toques, solos bostezan y callan. Para deleite de fotógrafos e intrepidos viajeros de tierras lejanas.
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