Somos levedad,
el desalojo de un cigarro.
Somos el guiño opuesto
a una puesta de sol,
la maleta que se resbala en la mano.
Somos duda y decisión,
una careta que se cambia a diario,
que se ríe y se hace al dolor,
que se arruga tan despacio...
Somos un cajón flamenco sordo,
un quejío desafinado,
un error que busca dios
en un oasis desenfocado.
Somos un sueño que pierde fe
cada vez que se le muere un año.
Somos uno, a veces dos,
una patera abonada al milagro,
un asesino a sueldo
adoquinado
a veces frío y vuelo,
a veces depresión y santo;
Un coro de notas elípticas
sobre los restos del naufragio,
de un pasado
de un presente navajazo al por mayor;
Una motilla de polvo
en un inmenso circo bastardo.
Somos un océano de ojos,
ese minuto que se viste de orgasmo:
Somos una confidencia, un alarido, un puñao de hermanos...
Somos la otra cara de la herida,
media china a diario.
Somos quien no entiende nada,
un banco oscuro a la noche,
la alternativa que ni manda,
ni escupe,
ni clama;
que ni es,
ni será,
ni querrá otro lugar que no sea tú cama.
Somos la sinfonía de balas de plata
que se vuelve valiente y clara...
mientras se diluyen los hielos
al quebrar de la garganta.
Somos el maná,
la esperanza.
La derrota que siempre está ahí,
que siempre gana.
Somos un tapiz de colores Picasso,
el tono gris del alba,
somos el iris en la escarcha
y el fuel entre las manos.
Somos la rayita del ocaso,
el batir de ala ancha,
somos el respingón del alma...
miraditas de soslayo.
Somos nuestras despedidas,
nuestras idas y venidas,
nuestro yo de contrabando;
Somos soledad y arraigo:
el vuelo de un pincel
sobre un tapiz de matices abstractos.
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