martes, 30 de diciembre de 2008

Pies de Foto: FEZ


La entrada a la medina de Fez el Bali es el único espacio abierto que te encontrarás en muchos kilómetros a la redonda, por lo que es de recibo sentarse y coger un poco de aire. Aconsejo tomarlo despacio, sopesar el ambiente. Ver que allí tú eres el objeto extraño, una estridente nota en vaqueros, el productivo stress. Asúmalo pronto, no se vaya sin probar sus pipas de calabaza, una auténtica cortesía culinaria al peso. Eso sí, no las coma apresurado: es aconsejable cruzar sus murallas en consonacia con el tiempo.



Viciados, solemos identificar lo bueno por lo tecnológico, como si cualquier impulso mecanizado siempre impusiera su eficacia a lo natural, más propio de tropezones y desmayos.
Pero no siempre fue así, en algunos lugares todavía no lo es. En la laberíntica Medina de Fez no verás ruidosos coches ni escurridizas motocicletas: sus calles, herederas de otros tiempos, no están preparados para ellas. Es territorio de burros, tozudos y abnegados compañeros, vestigios de un pasado de castillos y princesas. Y virtuosos del tiempo: a su lento paso todo se vuelve nítido, pequeño, cargado de significado: como dos ojillos que se cazan al vuelo.


Ahí nace el cuero más duro, las chaquetas más brillantes. Productos excelentes, labrados sin peros, únicos, con una mano y un cuchillo como herramienta. Sus precios se multiplican en la exportación de un mundo a otro por lo que no dude en acudir a adquirirlos en la propia Medina. Y sepa otra cosa: Allí también nace la muerte. La mayoría de las personas que desempeñan la función de teñidores de cuero terminan dándose de baja por problemas respiratorios y de pulmón, los más afortunados sin cáncer. Pero no se azogue, compre tranquilo: se le dará una rama de tomillo para que combata el olor. Privilegios de ser un turista occidental.


Soplar la brisa, sonreír, sacar la lengua. Ninguna mujer debería negarle su rostro al mundo. Por nada ni por nadie: ni por seres vivos, ni por seres muertos, mucho menos por quienes sólo disponen de una hipotética disponibilidad del ser. Porque negar tu rostro al mundo es negarte a ti, amén de aceptarles a ellos. Y una vez que complaces, normalizas y asumes, partes de cero: reinicias. Y exclavizas a un linaje que no cuestina porque nadie le enseña a preguntar. Y luego terminas como la mujer de la izquierda: temiéndole tanto a la muerte como a ti mismo.



Perder la mirada y seguir al humo. Marruecos sabe a España porque sabe mucho a hachís: en sus gentes, en sus casas blancas, en unas chilabas que inventaron ellos. Y sobre todo sabe a hospitalidad, a buena gente: puedes entrar a comprar mil veces y nunca comprar nada. Pero siempre tomarás el té, discutirás sobre si es mejor el Madrid o el Barça, rogarás una cachimba, si tienes suerte acabarás cenando cus-cus por cortesía de unos simpaticos Bereberes. Y escucharás su música y te irás un poco con ellos, reirás y perderás la mirada, y en momento de difuminada magia caerás en la cuenta de que sólo somos humo... que nunca alcanza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Very good!

Nahia dijo...

Qué bonito volver a ver Marruecos desde tus ojos. Es una delicia leerte.