martes, 30 de diciembre de 2008

Las desventuras de Paquito España (Vol. II)

A Paquito España le dolió tanto aquella ruptura que la tomó como suya. Había sido testigo mudo de todo por lo que de alguna forma también le correspondía una mínima parte del sufrimiento. Y aunque era, desde la teoría, un sujeto totalmente ajeno a cualquier conexión emocional, llegó a sentir aquella relación como propia. Casi como si él fuera la mirada censora y ellos sus dos únicos hijos, y todo aquello un hermoso incesto que se quedaba en casa, vaciado una hora y media al día en un abnegado secreto de deshonra familiar. Aún así, Paquito España era perfectamente consciente de la verdadera situación: Él, si no fuera porque portaba las Migajas filosóficas de Kierkegaard entre las manos, podría pasar por un mendigo de clase alta. Ellos, por su parte, no eran más que una pareja de instituto que encontraba su intimidad en un banco recogido y equidistante.

Todo comenzó por una de esas metódicas manías que invaden gran parte del día del bueno de Paquito España. Después de comer, a eso de las tres y media de la tarde, acudía al pequeño parquecillo enfrente de la calle Asturias, a realizar sus dos horas y media de lectura obligatoria. Aunque le pillaba bastante alejado de casa, a más de cinco paradas de metro, acudía a aquel lugar con abnegación. El parque, rudimentario como pocos, sólo contaba con tres bancos: aquellos grafiteados trozos de funcional madera no eran la representación simbólica del amor pero estaban lo suficientemente abrigados como para evitar el trajín normal de la calle. Allí, dando salida el primer lunes laboral de un Enero ya distante, se juntaban de lunes a jueves Tony y Susana. Al salir de clase, y antes de regresar a comer a sus casas se daban un rato el uno para el otro: primero le tocaba a él escuchar y compartir complejos pensamientos en una edad difícil, para que luego ella terminara por capitular en alguno de los escurridizos magreos. Aquella parte sólo era una más: luego estaban las tardes en el Dos de Mayo, los petillas de media noche, las peleas de fin de semana, la primera vez, las pelis del Capitol, los hostales de Lavapiés y las idas y venidas de los padres al pueblo, las rupturas y las vueltas, las promesas y las mentiras y los sueños… Tony y Susana tenían una película entera pero al pobre de Paquito España sólo le dejaban ver lo rodado en aquel duendecillo parque. Y aún así, no se quejaba. Y hablaba con cierto criterio cuando afirmaba que aquello era una extraña muestra de que aún existían conatos de amor en nuestro nihilista mundo real.

Les veía continuamente discutir y empujarse, para terminar arrullándose el uno sobre el otro como dos juguetonas gotas de agua que se van entrelazando en una azarosa carrera hacia el fondo del vaso. Para Paquito España, aquella joven pareja era el símbolo de la pasión: una emotividad desenfrenada precedía todos sus movimientos por lo que pocos eran los días tranquilos en los que las chispas dejaban paso al sereno silencio de la contemplación. Y eso respondía, según Paquito España, a que se trataban de dos almas opuestas que explotaban en constantes cruces el uno contra la otra. Y esos arrebatos sólo podían acabar de dos formas distintas: una por la vía racional del insulto y la descalificación mutua; la otra por el animal instinto de unas lenguas bien conocedoras del funcionamiento de las parejas: A veces, simplemente, es mucho mejor no hablar. Luego se quedaban mirándose despacio, el uno frente al otro, susurrándose palabras que Paquito España no alcanzaba a oír pero que imaginaba hermosas, flotando el uno sobre el otro, quitándole al mundo importancia. Lo mejor es que el final nunca lo ponían ellos: lo hacía la madre de Susana a través del teléfono móvil. La mujer nunca acababa de acostumbrarse a los extraños retrasos de su hija.

La relación entre Paquito España y los chicos se estrechó desde hacía un par de meses atrás. Tras una ausencia de varios días por el parquecillo de la calle Asturias, la pareja llegó en silencio, en el medio metro más distante que Paquito España había visto nunca. La lluvia, que llevaba comportándose como una plañidera desde algunas horas atrás, elevó ligeramente su tono al contacto con el reservado de madera. Aunque Paquito España había olvidado su paraguas, no se movió de allí: El chaval, arrodillado en el barro, suplicaba que le perdonara una infidelidad que juraba no haber cometido. Paquito España no sabía si creerle: a veces el miedo a perder algo puede ser tal que se puede llegar a hacer un axioma de la mayor mentira del mundo. Aún así, dudaba. Ella, no reaccionaba, parecía una roca abrazada a sí misma, a su negación: callaba tanto que su silencio parecía el grito más ensordecedor de la tierra. Pero Tony no se rindió: y a tal punto llegó su fe que, con la tormenta ya clamando, se quedó en calzoncillos y se acercó al bueno de Paquito España, el único ser en un kilómetro a la redonda, con la intención de venderle un boleto para el viaje de fin de curso. La esperpéntica actitud del joven unida con la curiosa tez que se le quedó a Paquito España hizo saltar la chispa: Susana rió. Río varias veces hasta que Paquito España pudo asimilar la situación, equiparable para él a que Bruce Willis asaltara su televisor sin previo aviso y le ofreciera, por las molestias, un buen profiterol helado. Susana seguía riendo y Tony, engrandecido, lanzó su última daga: se bajaría los calzoncillos. Nuestro protagonista extendió torpemente con lo primero que topó en su cartera: un billete de cien euros. El chaval, colocándose el dinero en la goma de sus prendas interiores, le hizo una señal para que esperase y se dirigió hacia Susana. Ella estiró sus manos y alcanzó el billete con habilidad, al primer toque, lo de más lo hicieron unos labios atraídos a magnético fuego. Como epílogo los diez euros de vuelta y las cuarenta y cinco papeletas que cayeron en las manos del pobre Paquito España. Y que le valieron el saludo eterno de los jóvenes y, tras el sorteo de la Lotería nacional del 3 de mayo, un fuet casero de muy baja calidad.

Por alguna razón, Paquito España sabía que hoy era un día diferente. Apareció por la calle Asturias a su hora, pero todo estaba colmado de un silencio más ajeno de lo normal: apenas pasaban coches y ni siquiera el aire elevaba su tono sobre el ambiente. Se sentó y se dispuso a disimular su lectura: Ser y tiempo, de Heidegger. A las cuatro líneas y media, como era su costumbre, alzó la vista y busco a los jóvenes. Y lo hizo con inquietud, pues la tensión que allí se contenía lejos de querer explotar se iba apagando en un irrevocable entierro.

-Así que lo hiciste ¿no?… de puta madre tía…
-Tú también lo hiciste. ¿O te recuerdo la fiestecita de Navacerrada?
-¡Que no me lié con Jennifer, joder! Vomitó, la acompañe a la habitación y nos quedamos dormidos… Punto.
-¿Pero de verdad me tomas por subnormal?

Paquito España había oído esa historia muchísimas veces y nunca logró posicionarse. Cada vez que alguna contrariedad se salía de tono, Susana esgrimía aquella dichosa fiesta en Navacerrada como su arma más punzante, su argumento verdadero, su nota en hilos de oro que la reconocía como principal valedora de que esa relación siguiera hacia adelante. Y Tony negaba. Paquito España sólo sospechaba: no suele fiarse de aquellas chicas a las que el azar bautiza como Jennifer.

- ¿Y por qué lo hiciste?- Tony acalló la tormenta con una pregunta que le salió en susurro.
- No sé…-Susana bajo la cabeza- Supongo que me apetecía y lo hice. Lo pensé y no quise evitarlo. Preferí dejarme llevar… lo siento muchísimo, de verdad… no te lo mereces…
- ¿Te has enamorado de él?
- No cari… ¿Cómo me voy a enamorar de ese pavo? Ya sabes que los musculitos de gimnasio no me van…
- ¿Entonces?
- Fue el momento… me apetecía, ya te lo he dicho… me siento fatal por ello ¿vale?
- Joder… menuda mierda…
- Lo siento…
- Bueno no sé, supongo que te podría perdonar… si la cosa se queda ahí…
- No es eso, cari.
- ¿Entonces?
- Que lo quiero dejar.

Tony sufrió una ligera náusea con mareo, a la par su tez se iba mudando al gris: fue un solo golpe, un punch certero, una quiebra total con paro cardíaco del prisma bajo el que solía mirar las cosas.

- Lo siento, cari, pero creo que ya no te quiero…

Luego siguieron minutos de una agónica autoafirmación. De una afirmación negada, incompatible con un mundo que se empieza a desquebrajar. De un Tony que acudió a aquella cita herido, dispuesto a plantearse a su relación y que, por esos giros que tiene la vida, ahora moría rogando. Y murió porque tras un bis eterno e inútil Susana se marchó, por su puesto también entre lágrimas. Prometiéndole una amistad y un cariño puro e imperecedero, dejándole clavado en un oasis bajo orden de derribo.

Cuando ella se fue, Paquito España se acercó al muchacho con una decisión que no experimentaba en mucho tiempo. De alguna forma se sentía responsable, paternalmente responsable.

- Ahora lo ves todo muy negro pero ya verás como pronto…
-¿Me das un cigarro?

Paquito España le tendió el pitillo y el joven sacó una pequeña piedra de hachís de su bolsillo, que empezó a quemar compulsivamente. A Paquito España le sorprendió la destreza del chaval, que elaboró el porro con una mecánica veloz y casi perfecta. Él, mientras, le observaba a su lado, repasando en voz baja un discurso que tenía bien memorizado desde hacía tiempo atrás pero que, por alguna razón derivada del directo, no alcanzaba a estructurar. Al paso de la segunda calada, un par de lágrimas capitularon: la situación allí arriba se había vuelto insostenible. Y como un resorte, Tony comenzó a hablar.

- No se los puse con Jennifer, no pude... Lo iba a hacer y no pude… no se me iba Susana de la cabeza… no pude… si hasta dormí en el suelo porque me sentía mal compartiendo habitación con la otra… Yo la quiero ¿sabes? Es mi puta vida, joder…
- Eres muy joven para que sea toda tu vida, hombre… y a lo mejor volvéis…. con estas cosas nunca se sabe. Seguramente sólo tenga que aclararse un poco la cabeza.
- No… lo he visto en sus ojos ¿sabes? Se acabó… esto no viene de nuevas… ya me había dejado un par de veces antes… lo hemos hablado varias veces… Esta es la de verdad… y yo sin ella no pinto nada ¿sabes? Nada… soy como una puta mierda.

El chaval le tendió el canuto a Paquito España, lo cogió obligado. Él, acérrimo exfumador, sabía que aquel era un gesto de complicidad que no podía rechazar. No sin regalarle antes un poco sinceridad. Se lo debía.

- Entonces intenta no darle demasiadas vueltas a la cabeza… A veces funciona emborracharse.
- Somos del mismo grupo de colegas… desde mis primeros pedos estoy con ella ¿sabes? Joder, desde que mi vida vale algo estoy con ella…
- Bueno, pues ahora tienes acostumbrarte a vivir si ella. Mira, no te voy a engañar… Siempre hay alguien que te jode por primera vez. Y la diferencia con otras que te vendrán es que ahora no estás preparado. No es que lo vayas a estar nunca, pero se mejora bastante… Y, básicamente, en eso consiste todo… soñar, sufrir, madurar…
- Para, para, para… no necesito consejitos de pureta ¿vale? Gracias tío, pero lo último que necesito es esa puta mierda...
- Sí, y es eso, exacto. La mayor mierda del mundo. Tu universo se acaba y te quedas colgado. Tú no lo entiendes y no hay nada que entender. Así funciona la vida. En forma de vasos de mierda que van cayendo sobre tu cabeza.

Paquito España empalmó su cuarta calada y su verbo pareció envalentonarse. Hacía tiempo que no sufría esa pequeña segregación de levedad que producen los primeros porros. Se lo devolvió al chaval, que mantenía clavada la vista al banco donde solía sentarse Paquito España. El cual alucinó con el cambio de perspectiva, desde allí, la calle Asturias le parecía otra.

- Y sé que ahora esto te suena autocomplaciente. Lo es. Pero cuando asumas que es la verdad, te estarás recuperando… Esas cosas pasan y, sinceramente, cuanto antes pasen mejor. Te ayuda a relativizarlo todo. A verlo de otro modo, a tener perspectiva: todo funciona alrededor de la jodida perspectiva, y si no te despegas de ella... Piensa que al fin y al cabo todo es como una gran broma, una broma gigante, y como la mayoría de las bromas, como casi todas las bromas… No tiene ni puta gracia… Hazme caso, chaval, piensa en estas palabras un poco más adelante, ahora ya sé que te van a servir de poco…. Esto de la vida es una carrera de fondo y no llega más lejos quien más vale… sino el que tiene más habilidad para levantarse del suelo. Piénsalo. Ojalá que alguien…

Paquito España dijo sus últimas palabras con inseguridad al escuchar algo parecido a una voz lejana. Se calló, prestó atención, cayó en la cuenta: Tony, al que le había soltado una perorata brillante, se zambullía en su cannabis y su mp3. No había escuchado nada, no quería escuchar nada. Paquito España sonrío hacia adentro y le tocó el brazo para despedirse. El chaval le tendió la mano.
-Cuídese.
-Gracias, chaval... Ánimo y bueno, si quieres encontrarme… ya sabes donde estoy. –Tony esbozó algo parecido a una sonrisa.
-Un día tomamos una caña y hablamos de música.

Paquito España se marchó de allí a sabiendas de que esa era la última vez que iba a ver a Tony y a Susana. Al menos como tal, como el binomio que él concebía y había adoptado: ellos, a los que había adorado por aquellos inusuales sentimientos de pureza que rezumaban, pasaban a ser otra historia más, otro colorido trazo mudado al blanco y negro, otro tránsfuga cuento de hadas condenado por las artimañas del tedio.

Por lo demás, y a pesar de caminar atorado por ese otrora familiar mareo, tenía Paquito España un extraño subidón de hombría. Le daba igual que el discurso hubiera sido escuchado o no: él había cumplido con su responsable papel de rector putativo. Es más, se sentía a sí mismo casi poseedor de una certeza. Certeza de que ya no era ese Paquito España esclavizado a su amargura. De que era un ser más libre. Pragmático, equilibrado, racional. Sin quimeras a largo plazo, con tonos más sobrios sobre las cosas.

Pero tampoco se crean, ni se dejen llevar a engaños: a veces la tormenta lo confunde todo, hasta el propio ser. Porque dicen en los bares que hubo unos días en los Paquito España volaba alto y sentía la levedad de las cosas. Nada extraordinario: otro creyente más con fecha de caducidad para los sinsabores del cielo. Incluso aseguran los conversadores más viejos que antes de vaciarse en su cubículo de Gran Vía, solía el bueno de Paquito España cocinar sus sueños. En recetas para dos, con una pizca de sal, sazón de alguna que otra penuria. En lo más hondo de su alma. Dicen que frente a un duendecillo parque, junto a la calle Asturias.

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