Praga vive en cuento porque su arquitectura así se lo permite. Sus calles están bañadas por la gótica mano medieval, por los sueños de un campesinillo tan ingenuo como para ser honrado, por la convicción de que un día matarás a ese dragón malvado que retiene a tu princesa. Praga vive en su eterna primavera porque todo es armonía, sonrisas y cerveza: no volverás a ver tanta cantidad a tan bajo precio. Y absenta: tras pasar por su mano no podrás distinguir un enano de un duende. Praga es grandeza y nostalgia, un guiño en el corazón de los románticos. Y es imperecedera porque, aunque el tiempo pasa, todavía puede hacerlo muy despacio.
Todo pasa por fuego, todo parte de él. Puede manejar a los metales más duros, darles la forma deseada, hacerlos irreconocibles, condenarlos a ceniza. Cuando parte de nosotros mismos, el fuego puede tomarnos a su antojo: hacíendonos libres. Y cuando hay fuego hay luz y fuerzas para todo, aunque persigamos un diamante en el desierto. Todo lo que vemos es fuego porque no hay nada más allá de él, sólo el olvido que lo apaga. Somos fuego que busca, que encentra, que recorre y que halla, que pierde y que gana, que dulcemente engaña. Y luego, al darnos la vuelta, todo cambia, todo lo deshace el fuego: el calor nos moldea hasta que un día vemos a un extraño al otro lado del espejo.
El universo proporciona oprtunidades personificándose en encuentros, miradas, llamadas de teléfono, en seres como el señor de la gorra. Señales que aparecen ahí, delante nuestra, por si somos valientes y las vemos. Por si queremos cogerlas o por si estamos tan cansados como para ver el claro y echar a andar, a ningún lugar y a cualquier sitio. O simplemente huir detrás de algo, reventar, perseguir un viejo sueño. Podemos coger un avión, un autobús, la calle de al lado, un deseo. Yo recomiendo tomar ese viejo Skoda: le robó el azul al cielo para darnos otra oportunidad de sentir el cosquilleo íntimo de la señorita felicidad.
Lo bueno del desconocimiento es que el alumbramiento llega con más facilidad, casi instintivamente. Y Praga deslumbra mucho, tanto en sus calles como en sus bosques. De camino al Castillo (la mayor fortaleza medieval del mundo) puedes elegir la carretera que dicta el paso del hombre, o tirar por la senda que todavía usufructa la naturaleza, sólo rozada por aquellas manos con dones para embellecer la tierra. Por uno llegarás rápido y directo, sin vacilaciones; por el otro tendrás la suerte de perderte; de no querer volver nunca, de seguir siempre en el camino.
La vida funciona en base a la perspectiva, a los ojos en constante coflicto con el punto de vista de los demás. Un triunfo, un fracaso, un adiós, una caricia, un verbo encadenado: nada tiene un significado universal y completo, todo queda relativizado a como lo percibamos, nosotros y ellos, a que revuelo forme en nuestras hojas de árbol juglar. A veces, lo más pequeño es lo más importante, y lo más relevante sólo una anécdota que nos carcome por dentro. Nuestra individualidad nace en que nadie puede saber como nos afecta algo, como sentimos las cosas. Al fin y al cabo, quién te dice q ti que este hombre está de espaldas y no puede vernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario