lunes, 17 de septiembre de 2012

El eje (II)

De repente, el suelo se volvió blando. El pasillo conducía a una sala completamente acolchada y recubierta con ideogramas, que Ernesto calificó de naturaleza maya o azteca. Siempre le entusiasmaron las culturas ancestrales, por encontrarlas mucho más cercanas al ser humano que las religiones modernas. En el fondo de la sala, de unos 55 metros cuadrados, había un extraño hombre que no dejaba de correr de un lado para otro. Su aspecto, chaparro, con sobrepeso y una más que evidente calvicie, le recordó al actor Danny DeVito. No pudo reprimir la risa y relajarse, obviando por un momento al infortunado niño de la urna. El hombre, ataviado con una camisa de fuerza de color marrón, se detuvo y clavó los ojos en Ernesto:

-¡Cuidado! ¡Cuidado!
-¿Qué?
-Te van a pillar... Si no te mueves rápido te pillarán...

El hombre hizo un paréntesis para esquivar algo que se parecía a una ráfaga de viento.

-¿Cómo?
-Las oportunidades ¡Están por todos lados!

Ernesto estaba totalmente descolocado. Las pequeñas patas del hombre se movían con rapidez, a pequeños saltos, y conseguían con éxito esquivar todo aquello que se le aproximaba. Bueno, que presuntamente se acercaba, porque Ernesto no veía nada en concreto a lo que poder escapar.

-Las oportunidades siempre están al tanto para destruirnos. Llegan, se apropian de nosotros y nos condicionan para siempre...
-¿Y tú eres…?
-Bob.
-Bob ¿Y esto es… tu rancho?
-No, sólo vivo aquí, no cultivo. Es el sitio más seguro del mundo contra las oportunidades...
-¿Vives en el hospital?
-¿Un hospital? No... un hospital es un sitio peligroso... está lleno de oportunidades...de vivir, de morir... es demasiado comprometido... aquí estoy mejor... Y aún así es complicado… El otro día estuve a punto de ser absorbido por una oportunidad. Tuve un momento de debilidad y...

Ernesto se sentó en el suelo y apoyó la espalda contra la pared acolchada. Desorientado, resopló y se regaló unos momentos de silencio, normalizando sus sensaciones y su propia cabeza. Bob seguía a lo suyo, por lo que Ernesto volvió a conectarse a la conversación.

-...Claro que era algo concreto...las oportunidades concretas siempre son más difíciles de eludir que las abstractas...
-¿Cómo?...
-Era una mujer, pasó por aquí y... bueno, era guapa y eso. Quería que la acompañara y reconozco que me hizo dudar... por suerte reaccioné. Era muy especial, como brillante, castaño brillante...
-¿Pasa mucha gente por aquí?
-A veces...tengo mala memoria. Además, después de lo de Paco...
-¿Paco?
-Le convencí para que se quedara y acabó desapareciendo...- Bob señaló un montón de ropa que había en una esquina- Debió de recoger alguna oportunidad a mis espaldas...

A pesar de lo surrealista de la situación, Ernesto se encontraba muy cómodo con aquel tipo. Acostumbrado a lidiar con un mundo que le trataba por loco, agradecía tener la cordura de su lado. Veía el lado divertido de las cosas.

-Me tienes que explicar mejor eso de las oportunidades…
-¡¡Si es obvio!! ¿Por qué soy el único que lo ve? (se detuvo, clavó sus ojos en Ernesto, su tez envejeció súbitamente). Las oportunidades nos entorpecen, nos alienan con el mundo obligándonos a elegir... ¡Me río yo de los que dicen que la libertad está en la elección! Las elecciones nos condicionan, nos borran caminos... van acotándonos hasta que nos reducen a la nada... Libertad lo llaman...
-Elegir no es malo. Nos ayuda a forjarnos, nos hace diferentes... si no eligiéramos… no pasaría nada. Seríamos plantas.
-¡Falacias! La naturaleza, que es lo más perfecto, no elige sus cambios. Suceden en la armonía de los tiempos, lentamente, y sólo así mantienen su perfección... Nosotros llevamos siglos de evolución voluntaria, de elecciones. Cuando creces eliges tus amigos, renegando de millones de personas de tu alrededor. Eliges un trabajo, o un estudio, o un ascenso, o un lugar… pierdes millones de experiencias y conocimientos…
-Al precio de ganar otras.
-¿Ganar? Mira donde hemos llegado: a sistemas que se autoperpetúan por el odio, por la esclavitud, por el dinero...
-Bueno, pero es que el mundo es mucho más complicado que uno mismo... estás tan condicionado a tus elecciones como a las que hacen los demás…
-Yo ya no. He pasado mucho tiempo engañado, cogiendo oportunidades que me llevaban a nuevas oportunidades, que me remitían a otras nuevas... que no llegaban a ningún sitio. Estoy harto. Por eso me quedaré aquí y no volveré a elegir jamás.
-¿Y sabes dónde estamos?
-No. Y eso es lo mejor, limita mucho a la hora de poder elegir. Además, es más seguro.
-¿No tienes idea de nada?
-Nada, nada… La nada no existe, siempre hay algo…
-¿Entonces?
-No sé, creo que esto es una parte del inconsciente, la más cercana a… no lo recuerdo bien. Había algo escrito ahí, pero un mal día lo borré...

La mirada de Bob se atrapó en una parte de la pared, donde los ideogramas estaban recubiertos de sangre reseca.

-Apuesto a que eres una invención de mi cabeza.
-O tú de la mía. Yo me veo bastante más cabal que tú, sin ofender. Tal vez es un inconsciente colectivo, o el infierno, o el purgatorio, o ambas cosas a la vez… qué se yo...
-¿Eso es la salida, no?- Señaló una pequeña abertura en una de las paredes.
-Sí, todo el mundo termina yendo por allí. Pero vamos, yo tampoco me haría muchas ilusiones... -¿De qué?
-De volver.
-¿Volver a donde?
-No sé, a algún sitio querrás volver. Todo el mundo termina queriendo volver. Si no eligieran no tendrían que querer volver hacia atrás. Pero ya te digo, yo nunca pasé del desfiladero.
-Qué desfiladero.
-El del final del túnel. Se oyen susurros, voces, algunos gritos… Decidí no tomar ninguna decisión más y me volví. Y la verdad, me va bastante bien.

Ernesto sonrió y tendió la mano de Bob.

-¿Tomarme como amigo es una decisión?
-No, es una consecuencia.

La mano terminó en abrazo y Ernesto se apenó de tener que dejar a su nuevo amigo. Teniendo en cuenta las circunstancias, era lo más normal con lo que se había encontrado en las últimas horas. Al arrodillarse, escuchó de nuevo su voz.

-¿Tú crees en dios?
-Fui ateo y comunista durante algún tiempo. Últimamente obvie el tema.
-Es curioso, todo el que pasa por aquí lo hace.

La cueva era estrecha, y sólo permitía el paso a penitentes. No sabía Ernesto si iba o venía, si estaba o había dejado de ser, si era una imagen o algo más concreto. Llegó frente al desfiladero y, aunque el techo se elevaba al cielo, continúo de rodillas, avanzando despacio. Comenzó a escuchar las voces, a sentirlas como suyas, con una extraña sensación de deseo. Había algo en aquellas gargantas que le impelía a saltar, como si el atajo hacia el fin fuera aquel vacío. Se paró a reflexionar y llegó el cansancio. De una forma absoluta, sin matices, como llegan las cosas importantes. No dejo caerse, porque carecía del valor para tal hazaña, porque, como tantas veces, había vuelto a dudar. Sin fuerzas, fue arrastrándose por el desfiladero durante horas, hasta tomar otra vez la negrura, dejando el imán de aquellas voces. Con decisión, pagando un precio: Empezó a brotarle sangre coagulada de la cicatriz del apéndice. Sangre color amarillo intenso.

No hay comentarios: